13/6/17
Las historias que más amamos tienen un héroe o una heroína, o mejor aún, un héroe y una heroína. Y es aún mejor si los dos se enamoran. Cuando leo un libro o veo una película quiero héroes nobles y finales felices.
Pero a veces, cuando veo una gran historia de héroe, debajo de mi emoción y alegría por el buen triunfo hay algo más oscuro - algo que huele a envidia, celos, descontento. ¿Por qué? Porque en mi fondo, desearía que ese héroe fuera yo. Algo en mí anhela ese apresuramiento de satisfacción propia, el placer de "sentirse bien conmigo", de saber, o al menos de creer, que tuve éxito, yo importo, hice la diferencia, soy valioso y por lo tanto digno de ser aceptado , recibir aprobación y amor. Pero la palabra operativa es siempre "yo". Y ahí radica la potencial toxicidad relacional.
¿Está mal lograr éxito, o querer lograrlo? No lo creo. Fuimos creados para estar en relaciones, para amar, ayudar, animar, proteger, cuidar, salvar incluso. Pero, ¿por qué queremos hacerlo? ¿Y qué sucede si no lo conseguimos? Estas dos preguntas, relacionadas con el motivo y el resultado, hacen toda la diferencia.
Si mi principal motivación para entrar en la historia de otra persona es para que me sienta bien conmigo mismo, y así obtener infusión de la droga "héroe” para calmar o disipar mi propio miedo de sentirme inadecuado, inútil o insignificante, mis intentos en ser héroe han lastimado. En vez de ser curioso y cariñoso, he sido entrometido. En vez de ser abierto e invitational he demandado más detalles. En lugar de escuchar a un corazón herido o confundido, me he apresurado a dispensar mi sabiduría y perspicacia. Y al final de todo, en vez de sentirme humillado por mi propia incapacidad ante el dolor, la tragedia o el caos de otro, me he sentido orgulloso de lo mucho que compartieron conmigo y de lo mucho que estuve allí para ellos. O, si no salió bien desde mi perspectiva, si fracasé en mi heroísmo, me he sentido abatido, frustrado y vacío. Trágicamente, independientemente del resultado, si mi motivo era yo, permanecí ajeno y desconocedor a cuánto daño hice y cuánto impedí la verdadera obra del Espíritu Santo.
Tengo un recordatorio en mi escritorio, una pequeña pieza de tres lados de mármol grabado que he mirado ya varias veces al escribir esto. Por un lado tiene fieltro negro para no rayar mi escritorio. En un segundo lado tiene Colosenses 3:17, "Todo lo que hagas, de palabra o de hecho, hazlo todo en el nombre del Señor Jesús". En el tercer lado tiene esto de la Madre Teresa:
"No podemos hacer grandes cosas, solo cosas pequeñas con gran amor".
Lo compré hace años cuando reconocí mi inclinación por querer hacer grandes cosas para poder sentirme bien conmigo mismo. El Espíritu Santo lo usó para pinchar mi burbuja del ego y me recuerda que mi trabajo es amar y señalar a la gente a Jesús como el verdadero Héroe de la historia de todos.
Pero oye, te digo, ese deseo egoísta de ser el héroe se extiende profundamente en mí, un dragón que tiene que ser asesinado una y otra vez. Agradecidamente, Jesús ha inculcado un deseo aún más profundo en mi nuevo corazón, un deseo de abrazar mi propia insuficiencia como punto de partida necesario para amar bien y cultivar una mentalidad que confía en que Dios es lo suficientemente héroe, tanto para mí como para cualquiera que Él trae a mi vida.